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DAVID del BOSQUE > LA LOCURA DE LA LUZ.
Por Fernando Rampérez. Catálogo Espacios Esenciales de Galería Rita Castellote, 2008 LA LOCURA DE LA LUZ Conceptualismo, minimalismo, geometría... Vayamos más allá de las etiquetas, intentemos no reducir mediante una designación lo que una obra de arte aporta o dice o sugiere o provoca. Esos rótulos con los que tranquilizamos nuestra conciencia de observadores o de teóricos del arte dicen tanto como ocultan, esclarecen tanto como perturban la recepción estética. No vamos a tomarlos en serio, por tanto. Nos dirían, de escucharles, que la obra de DdB reduce elementos, utiliza materiales tradicionales mezclados con otros de tecnología reciente; que condensa la expresión hasta transmitir un concepto (pero ¿cuál?, ¿por qué uno sólo?, ¿por qué precisamente un concepto?), que parte de formas geométricas básicas y luego las quiebra en cierta medida. Es decir, nos dirían apenas nada. Sostengo a menudo que resulta quizá mejor no tener nada que decir, no contaminar la obra de un artista con palabras que habrían sido pronunciadas o escritas solamente si lo que el artista expresa se pudiese expresar también en palabras. Comprender quiere decir también neutralizar, dice el filósofo. No vamos, pues, a intentar comprender, sino a complicar la percepción, a dificultar e incomodar la recepción de la obra clara y lírica de David del Bosque. Pongamos, por ejemplo, que son obras hechas de papel. Lo cual no es cierto, pero imaginémoslo. Papel iluminado por detrás, como para subrayar su forma. Veremos, entonces, como el papel nunca se retuerce como antes de caer en una papelera, sino que se despliega liso y a veces se dobla. La luz subraya ese despliegue y llama la atención sobre cada doblez. El papel, siempre liso y regular, se muestra desplegado muchas veces, con escasas líneas marcadas; pocas y por eso tanto más intensas. Otras veces, se dobla y muestra un hueco, la incompletitud del espacio. Las obras parecen, en ocasiones, pajaritas de papel. Espacio liso y doblado por limpias líneas, por un lado; hueco, ausencia de papel, por otro. Hay, quizá, detrás, más de lírico que de épico; no narra, no relata, llama solamente a cierta sensibilidad. Decimos espacio e imaginemos ahora que DdB es un arquitecto. Sería lógico, demasiado lógico, plantearse si estamos ante pintura o escultura; podríamos, de hecho, reflexionar largamente sobre las contaminaciones entre ambas artes y la imposibilidad de distinguirlas. Pero ahora supongamos que se trata de construcciones de arquitecto. Sabríamos entonces por qué utiliza materiales como de arquitectura, por qué se preocupa de la iluminación. Y caeríamos en la cuenta de que, en el fondo, trata quizá de configurar un espacio habitable dentro del espacio. Situando láminas y bordes, fronteras, dobleces, delimita un lugar, lo ilumina y lo subraya, pide que lo contemplemos y lo vivamos y casi lo habitemos. Ese ámbito producido por el artista dialoga entonces, con buenas palabras o en ocasiones con aspereza, con el espacio exterior, ese espacio de tres dimensiones frías y neutras; y nos dice, la obra, de esta forma, que esas dimensiones son mentira; que vivimos en realidad entre láminas y límites, entre luces y sombras, y sólo allí es posible (si lo es en algún lado) hacerse cargo del espacio como algo propio y no como algo dado. Imaginemos, por último, que DdB ha leído a Blanchot; concretamente, ha leído, supongamos, el relato que se titula como el texto que está usted ahora leyendo: La folie du jour. Locura de la luz o locura del día, según queramos traducir. Acentuaremos entonces cierto lirismo en la obra de DdB, ese lirismo propio de toda metáfora (es decir, de cualquier forma de arte) en la medida en que la metáfora desplaza, transgrede, incomoda en cierta medida y nos invita a ver y sentir las cosas de otra manera. Estas obras que contemplamos ofrecen cierta paz, es cierto. Parecen coherentes y simples. Pero, a la vez, consisten quizá en el intento de matizar la luz. Es la luz, desde mi punto de vista, la clave de las obras que contemplamos; apaguemos, y no sentiremos nada... La luz es simultáneamente conocimiento, razón, claridad, orden, día, consciencia. La luz ilumina gran parte del sueño occidental, el sueño de un universo tan iluminado que deslumbra y no deja ver la fuente de luz. Pero olvidamos demasiado a menudo que no hay luz sin sombras. Imaginemos, por tanto, que DdB se esfuerza por recordarlo, y configura momentos de claridad y de penumbra, crea espacios que resultan habitables precisamente porque frenan un poco la locura de la luz. Otra forma de lírica, por tanto, allí donde solamente nos disponíamos a ver geometría y conceptos. Nos ayuda, probablemente, la obra del artista a comprender la pregunta ante la que se sorprende el protagonista del relato de Blanchot: "Al despertar, tuve que oír a un hombre que me preguntaba: ¿tiene algo que denunciar? Extraña pregunta dirigida a alguien que acaba de tener relación directa con la luz".